V. DE LA MEMORIA Y DE LAS SOMBRAS DEL ALMA.
Decimosexto día del Quinto mes. Año 3004 CNI.
Esta vez no se trataba de una catedral. No había estatuas, ni un cielo anaranjado, ni campanas mudas.
Y estaba despierto.
La oscuridad era casi absoluta. Su esencia no era natural y desafiaba la visión élfica de Valnor. Tan sólo le era posible adivinar las siluetas de unos monolitos de piedra de formas retorcidas. En su interior hueco se agitaba una sustancia lechosa.
Valnor quiso aproximarse para examinar aquellas extrañas estructuras. Al punto, unas sombras de forma humanoide aparecieron ante él cerrándole el paso. Podía ver el interior de aquellos seres. Un complejo trazado de venas y arterias de un color azul brillante rodeado de negrura. Algo se agitó en su memoria.
Más de dos semanas habían transcurrido desde que abandonara el campamento de los nómadas del desierto. Había superado la prueba.
Algo cambió repentinamente. Los seres umbríos se evaporaron y Valnor tuvo la impresión de que durante una fracción de segundo incluso el espacio y el tiempo habían contenido la respiración.
Alguien habló a su espalda pero Valnor no se giró.
No había motivo para ello. Se trataba de una voz humana, cordial y agradable. La voz de alguien que jamás le abandonaría; de un amigo.
-Bienvenido al fin, mí lord Valnor –dijo con amabilidad el dueño de la voz – Le dedicaría el celebre saludo de Dracul, pero no creo que traiga hoy consigo felicidad alguna que pueda compartir o dejar en mi puerta. ¿Me equivoco?
-Jamás oí hablar de ningún Dracul – respondió Valnor con tono neutro.
-Estoy convencido de ello – aseguró el señor Nassden.
-He superado su prueba de fe. Pero no alcanzo a comprender…
-La fe no exige comprensión. La fe solo exige…fe.
Piense por un instante en los Xcreicks. La fe marcó sus vidas. Vivían y morían para su dios. Pero acabaron traicionándole. ¿Es eso algo comprensible?
El viejo dios de los Xcreicks no era paciente, ni benévolo. Castigó a sus devotos hijos. Cerró Schzereed y los condenó a habitarla para siempre, sin poder salir, sin poder morir.
Con el transcurso de los siglos, los Xcreicks perdieron la razón, pero ni tan siquiera su cordura fue capaz de traspasar el Sello. Permaneció en la ciudad, se enquistó, sobrevivió, cambió.
Solo admiran el poder de la locura los que subestiman la tremenda fuerza de la cordura. También la razón puede engendrar un poderoso dios. Los Xcreicks encontraron un nuevo objeto de adoración.
Un día el viejo dios desapareció para siempre de este mundo y con El su castigo. De eso hace mil años. Hoy no quedan más que recuerdos pintados en las paredes.
-Eso no es posible – replicó Valnor ligeramente alarmado- Había guardianes y un… un ser de cristal. La prueba…
-Si, si – interrumpió Nassden sin alterar la suave cadencia de su voz- La prueba. Valnor, la mente es una criatura extraña, casi tanto como lo es nuestro campo mágico. En ocasiones una y otro pueden… integrarse, abrir viejas puertas. Superaste tu prueba. Fuiste a donde debías ir y no permitiste que te detuviera el insignificante detalle de que todo aquello hubiera dejado de estar allí mil años antes.
Afrontaste al dios de cristal. Al dios que representaba lo que los Xcreicks perdieron y, aunque veneraron durante una eternidad, nunca más pudieron recuperar.
Valnor se llevo una mano a la cabeza. Desde que abandonara el desierto varios días atrás…
-Por supuesto- continuó su interlocutor- Ahora tu mente esta reparada, integra. Has pagado el precio en dolor pero tu memoria es un puzzle al que ya no le falta ninguna pieza.
-¿Por qué ha hecho esto?
-Yo no he hecho nada, Valnor. Tú acudiste a mí. Si deseas forjar un vínculo conmigo he de corresponderte. Una petición única. Un deseo verdadero. ¿Recuerdas?
Valnor asintió una sola vez.
- Todo. Lo recuerdo todo. Recuerdo el dolor…Salvar a mi pueblo… Un deseo imposible.
- No existen deseos imposibles, pero si los no deseados.
Pero Valnor ya no escuchaba. Su mente, ahora si bajo su control, le llevo a la Torre de Ansherm el día de su partida. Había estudiado cada paso durante años. La falsificación de las claves de acceso, el asesinato de los guardias, la desactivación de los conjuros de seguridad. Pero valió la pena.
Tan cerca de ella.
Después de tantos siglos su pelo aun olía a rosas y brisa marina. ¿Por qué lo había olvidado todo?
Su mano enguantada arrancando la piedra de Armian de entre los delicados dedos. Su veloz huida mientras la gran barrera se reducía, retrocediendo como un animal sin fuerza, dejando fuera de su aura protectora los grandes barrios residenciales de la periferia. ¿Cuántos de sus hermanos habían muerto para que él pudiera escapar? ¿Cómo había podido olvidarlo?
-El Armian protegió tu cuerpo del Caos y de la muerte, pero la mente es una criatura extraña Valnor ¿no te lo he dicho? – La voz del señor Nassden resonaba a escasos centímetros de su nuca- Jamás deseaste salvar a los tuyos. Los mataste. El dios de cristal te ha devuelto lo que una vez te perteneció. Ahora puedes formular tu petición. Tu deseo verdadero.
Por un instante a Valnor le faltó la respiración. Sintió como en su alma se espesaba la sombra opaca e informe que le había acompañado toda su vida. Comprendió empero que había llegado el momento de disiparla.
Cuando habló su voz resonó poderosa, sin miedo ni culpa, en aquel no lugar perdido en la negrura.
-La he visto desde que era un niño –dijo al fin- He compartido su gélido sueño. He escrito mi nombre en él. Pero ya no es suficiente. Mi… Reina. Lo sacrificó todo por su pueblo y no obtuvo nada a cambio. Nunca mereció la eterna condena de una vida sin vida y una muerte sin muerte.
Deseo a mi Reina. Acariciar su piel, tocar su pelo, contemplar la luz de sus ojos. Que los dioses me perdonen, desvuélvame a mi Reina y le serviré hasta el día de mi muerte.
Valnor jadeaba y su corazón parecía a punto de salírsele del pecho.
-Bien, muy bien- aplaudió el señor Nassden- No ha sido tan difícil, ¿no es verdad? Tendrás a tu reina, Valnor. A su debido tiempo. Pero recuerda. La muerte no te liberará de mi servicio.
Ahora puedes marcharte. Recibirás instrucciones en breve.
El elfo de Shan´drilaar se volvió al fin y saludó al señor Nassden con una inclinación de cabeza antes de marcharse.
El eco de sus pasos se transformó en un murmullo antes de extinguirse.
Unos segundos más tarde las sombras vomitaron la siniestra figura del Hombre de Cara Pálida. Su macabra sonrisa llena de dientes le cruzaba la cara de forma pavorosa. Extendió su mano como si estuviera ejecutando un ritual. En la palma, vuelta hacia arriba, descansaba una pequeña piedra plana y sin brillo.
-Excelente. Prepara nuestra partida – dijo una voz amiga.