ALIANZA DARKANGEL
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 Perfeccion

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stalkeruki

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MensajeTema: Perfeccion   Perfeccion I_icon_minitimeJue Ene 15, 2009 9:34 pm

hola, les dejo este relatillo. Mi idea es presentar, a traves de relatos cortos independientes a los personajes de una saga mayor. Espero que les guste, léanlo, los va a atrapar, solo necesitan un poquitin de voluntad..

PERFECCION_

En la oscuridad de su aposento, en la prisión de su lecho, Alexandr Teslev, el centenario Mago Supremo de la Estirpe, estaba a punto de morir.
Abrió los ojos y saboreó el silencio. Había sido su único compañero durante los últimos años, su confidente, casi un amigo en aquella amarga eternidad de postración y vigilia en el frío sepulcral de la estancia. Ni un visitante había hollado su suelo en ese tiempo. Sólo silencio.
El anciano mago no precisaba ingerir comida ni bebida de clase alguna. Las debilidades de la imperfección habían quedado atrás. No era ésta, sin embargo, una razón válida para el abandono.
(Recuerda el Espejo).
¿Dónde el inconfundible sonido del incesante trasiego de estudiantes por los pasillos?, ¿dónde el vívido cántico de las campanas en cien torres de cristal y plata? ¿Nadie podía escucharlo?, ¿moriría solo en un mundo olvidado y yerto?
(La llama que arde con más fuerza es la que antes se consume.)
Imposible, se dijo, mientras la angustia asaltaba su mente. Había superado los conceptos, abarcado el mar y los cielos. No era aquello lo prometido, no era la felicidad soñada ni la recompensa anhelada. La meta de su vida no podía ser ilusión o engaño. No podía haberse equivocado tanto.
Si lo Perfecto está Solo nadie entraría por aquella puerta, nadie abriría su pavorosa tumba…
(El Espejo)
Inaceptable. La pena, la soledad, el dolor. Inaceptables. El era Alexandr Teslev. Si era preciso transcender la Perfección lo haría. Si había algo más allá lo alcanzaría. Si aún existía un remedio lo encontraría. Sus dientes aún permanecían hundidos en el corazón de la vida. No moriría de ese modo. No así.
Una alarma, pensó. Radiación mágica. Eso los hará regresar.
Por un instante fue consciente de que no podía recordar los detalles de su vida. Todo había desaparecido, arrastrado por un viento desaforado e inmisericorde, perdido en los entresijos de la razón, en la urdimbre de la superación, en la vacuidad del silencio. Nada había permanecido. Ni una verdad revelada, ni un hogar verdadero, ni un cariño correspondido. Veinte años de tinieblas, o tal vez cien, o mil, o un instante eterno.
Se sorprendió de pie, en el centro de la habitación, frente al Espejo de alabastro y oro, el Espejo de bordes flamígeros colocado junto a su cama desde que podía recordar. Desde siempre.
El anciano hechicero, demasiado débil y cansado para concentrar su poder, alzó una marchita mano, apenas un muñón nudoso, hacia su reflejo y, haciendo caso omiso del dolor, de la frustración y la ira, gritó. Gritó a la razón, al éxito, a la superación. Gritó al vacío, a la vida, a la pena. Gritó al Espejo.
El ulular de una alarma rompió el silencio.

Deezhan DeGries, Tercer Supervisor de postgrado de la Universidad Arcana avanzaba con el ceño fruncido, apartando con la sola fuerza de su mirada a los magos jóvenes que atestaban pasillos y corredores. Las salas y bibliotecas se habían convertido en un hervidero de curiosos que intercambiaban rumores y miradas de preocupación.
Una alarma radiológica, y de nivel seis, nada menos.
El Supervisor atravesó la pasarela de Vrictor y se encaminó a la Torre Azul de Oosan. Los recios sillares de su base contrastaban con lo estilizado de sus líneas conforme ganaba altura, como una llama de escarcha hasta el facetado pináculo, donde las ventanas parecían meras troneras, estrechas como el ojo de una aguja, mirando a Septentrión.
El hechicero dejó atrás la escalinata de acceso, recorrió las sombrías dependencias y cruzó, al fin, el pasillo alfombrado que conducía al origen de la disfunción arcana, la recia puerta de roble de los aposentos privados de Alexandr Teslev.
DeGries llamo hasta cuatro veces sin obtener resultado. Masculló una imprecación y con un simple gesto invocó una protección y abrió la puerta. No había nadie en el interior.
La entrenada mirada del tercer Supervisor pasó por alto la aparente normalidad existente en la habitación de Teslev. El origen del problema estaba allí mismo, frente a él.
Avanzó unos pasos hacia el centro de la estancia y contempló con gesto crítico y no sin asombro el espejo de cuerpo entero colocado junto a la cama.
De color negro y dorado, parecía construido de una sola pieza, sin junturas. Su contorno, de líneas retorcidas y torturadas, transmitía la sensación de que aquella cosa ardía con un fuego oscuro y malicioso que abrasaría si le era permitido hasta el último resquicio de la habitación con una voraz y vesánica ansia de plenitud, con una llama negra de puro pecado. La luna estaba encastrada en el centro, como un diamante negro, pues no reflejaba más que una muda y terrible sombra.
-No lo puedo creer, -musitó el Supervisor pasando una mano moteada de vejez por su rostro alargado, delgado y severo- Un Espejo de Tándderon. Hace tres mil años que nadie se ha atrevido a intentar fabricar uno. Un reflejo no puede crear una realidad de igual categoría que la imagen reflejada. Es una locura.

- No es lo que pensaban los magos del Antiguo Imperio.

Deezhan DeGries resguardó sus manos en el interior de las amplias mangas de su túnica y curvó sus secos labios en un rictus de desagrado. Se volvió con lentitud, encarando al recién llegado.
Teslev.
No había amor en la mirada gris del tercer Supervisor y tampoco lo encontró en los ojos azul cobalto del joven mago de postgrado.
- ¿Qué ha hecho? –espetó el mago mayor.
- Estaba en la biblioteca de la Torre Norte. Regresé al oír la alarma.
- No ha contestado a mi pregunta- replicó el Supervisor.
- La tesis del concurso interno de postgrado es de tema libre.- explicó el joven Teslev con un ligero encogimiento de hombros- El Espejo de Tándderon siempre ha sido…
- ¿No va a responderme? –cortó DeGries endureciendo su ya gélida expresión- Esto no explica una alarma de nivel seis. Ni siquiera aunque lo…
El anciano enmudeció de repente y se volvió una vez más, atónito, hacia el mudo testigo de aquella conversación, como si esperara de aquel horror muerto una confirmación.
- Lo ha hecho funcionar, ¿no es así?
- No del todo – reconoció el mago más joven con desagrado.- Detecté una corrupción en la formación de la imagen, un error en el índice de reflexión. No era perfecta. Hubo algo más. De hecho, toda la habitación pareció rielar.

El viejo Supervisor miró de nuevo el rostro de líneas suaves del joven mago. No había perdido la calma ni el control. Ni un segundo.
En aquel instante, Deezhan DeGries lo comprendió todo.
Recorrió con su mano derecha la parte superior de la estructura del Espejo. Era casi líquido al tacto; sinuoso, verminoso. Un hormigueo desagradable se extendió por la extremidad del hechicero, como si el artefacto rechazara su presencia. Localizó, al fin, un punto específico y lo presionó.
Una pequeña sección de la parte frontal se desprendió. El Supervisor introdujo la mano en el hueco y extrajo un pequeño objeto, una formación cristalina compacta cuyo núcleo parecía latir con una pulsación cromática que teñía su anfractuosa superficie con un rubor violáceo, como el corazón de un dragón de hielo; un fragmento de belleza iridiscente.
La alarma cesó en aquel instante.
- De esto se trataba – el viejo maestro alzó el fragmento ante los ojos de Teslev- El uso de los cristales de Semgart lleva prohibido más de doscientos años. Son peligrosos, oscuros, impredecibles. ¿Cómo se le ha ocurrido alimentar el Espejo con uno de ellos?
- Como ya he intentado explicar, las fuentes convencionales de energía demostraron ser insuficientes. La imagen era imperfecta.
- Es cierto que eso ya lo ha dicho. ¿Es ahora más “perfecta”? – preguntó DeGries señalando la superficie opaca de la luna.
- No está terminado.
- Me debe algo más, Alexandr.
- Es cierto – admitió Teslev con una leve sonrisa- Dígame, Supervisor ¿Cuál es, según los Antiguos Maestros, el más profundo deseo de todo ser viviente?
- Hallar la felicidad –contesto el interpelado al punto.
- Así está escrito. Y, sin embargo, es incorrecto. El deseo más profundo es el de experimentar lo que se siente al ser feliz y no la felicidad en si misma, que es un simple concepto. Por tal razón los seres pensantes no pueden encontrar la felicidad cuando la buscan y se engañan si piensan lo contrario. El ser pensante en el mismo instante en que conceptualiza la felicidad la pierde. Y no puede evitar lo primero ni lo segundo. Es un imperativo natural del que no puede escapar. A no ser… a no ser que el individuo sea capaz de transcender el Universo Conceptual, alcanzar la Perfección. El camino de la Felicidad.
Por desgracia, la Perfección es todavía más difícil de conseguir porque ¿cómo alcanzar algo que ni siquiera se es capaz de concebir, algo que la propia Realidad se encarga de ocultarnos? Pero, si el camino de la Perfección es inviable ¿por qué no tomar un atajo?, ¿no sería tal cosa factible si lográramos echar un vistazo, vislumbrar apenas, lo que espera al final de ese Camino?
-¿Ver la Perfección?
- Ya le he dicho –continuó Teslev- que la Realidad es un velo puesto ante nuestros ojos, una limitación. El Campo de energía mágica de nuestro mundo, a través del cual nuestra Realidad se desvela, sólo permite la refracción de un millón de partículas lumínicas por cada unidad taúmica de gama/espectro. El cristal que sostiene en su mano, como sabe, puede aumentar considerablemente ese nivel de refracción. El mundo en el interior del Espejo sería…
- Perfecto –concluyó el Supervisor esbozando una triste sonrisa- Se equivoca. ¿Ver su Yo Perfecto en el Espejo? ¿Eso pretendía? Lo único que ha logrado engendrar es lo que el Espejo ha visto en usted: Oscuridad. Y los dioses quieran que nada más se haya formado en sus profundidades. Ningún espejo le devolverá jamás una imagen que usted considere perfecta.
Alexandr. Nunca hemos sido amigos. Aun así creo que debo avisarle como maestro. A lo largo de estos últimos años le he visto cambiar. He visto su criterio sacrificado, su talento degradado, su norte existencial perdido, en pos de ese loco afán de perfección en cada empresa que acomete, en cada proyecto que se marca. Usted no busca felicidad, ni la hallará al final de ese camino. Existen límites, también para la Magia, también para usted.
El rostro de Alexandr Teslev se ensombreció.
-El cristal está prohibido pero su uso dentro de la Ciudadela no es delictual – señaló secamente.
DeGries movió la cabeza con desánimo.
-Considérelo requisado. Se pondrá a disposición del Primer Circulo y será custodiado bajo la Gran Bóveda. También se investigará su procedencia.
Si encuentra una fuente de energía más estable y lo repara, podrá presentar el . Espejo como tesis. Que pase un buen día.

El joven mago esperó a que su superior abandonara la estancia.
Tras un instante, se sentó en su gran sillón de hierro y juntó las yemas de los dedos.

- Viejo necio –masculló- ¿Cómo se atreve? Tercer Supervisor del área de Estudios Medios, un gran honor para un fracasado.
¿Sacrificio? El sacrificio es el crisol en que toma forma la Grandeza.
¿Límites? No hay límites a aquello que puedo conseguir.
¿Magia? Yo soy la Magia, viejo estúpido. Seré recordado a lo largo de los evos mientras tu nombre yace sepultado bajo una lluvia de lágrimas, ríos de ceniza, océanos de olvido…
Teslev practicó unos sencillos ejercicios con el objeto de relajar cuerpo y espíritu.
No presentaría el Espejo a concurso. No en tal estado. Algún día recuperaría el cristal o hallaría otro igual o aún más poderoso. Algo se había formado en su interior. Lo había atisbado. Llegado el tiempo despejaría la oscuridad y desvelaría su cielo.

Presentaría otro de sus inventos acabados.
Sonrió más relajado.
El bastón de secuenciación de fase.
Si, se dijo, será… perfecto.


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