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stalkeruki

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MensajeTema: Sombras del alma EPILOGO   Sombras del alma EPILOGO I_icon_minitimeJue Ene 15, 2009 9:44 pm

EPILOGO.

Tercer día del Noveno mes. Año 3053 CNI.

No hay registro ni crónica en los anales de los elfos, hombres o enanos que arroje luz sobre el origen de los inecrios. Altos, bellos y majestuosos, los inecrios se alzan sobre los demás no muertos en la cúspide de una pirámide impía. Poderosos, altivos, enemigos del sol, devoradores de carne humana, libadores de sangre, conquistadores, decadentes, asesinos.
Aunque su maldita raza pulula por todo Aderan, sólo en la boscosa y umbría Nosrrovia, al Oeste del Imperio, gobiernan soberanos. En aquellas húmedas tierras sus fortalezas y castillos se extienden como una plaga habiendo reducido a sus primitivos moradores humanos al rango de esclavos o, peor aún, de ganado.
Pero la leyenda forjada por los inecrios también ha atraído a sus puertas a hombres desalmados que los adoran como a los propios dioses. Hombres que se tatúan las suturas naturales de sus cuerpos como una invitación al apetito de sus amos.
Guerreros devotos, espías y amantes engrosan las filas de los malditos día tras día.

El conde Luther von Lensdhenn no había viajado a la brumosa y fría Nosrrovia ni aguardaba pacientemente sentado en el lujoso gran salón de un castillo inecrio por esa razón.
Aunque lord Luther era tenido por sus pares por un aristócrata más, miembro de una antigua y rancia familia del Imperio, en realidad era mucho más y mucho menos.
Nigromante y demonólogo, coleccionista de los mas extraños objetos arcanos, no existía arte prohibido que no hubiera estudiado ni conocimiento que no hubiera mancillado. Sus experimentos se arrastraban torturados en los fosos de su castillo de Ranstadt mientras más y más niños desaparecían en las aldeas circundantes para nunca regresar.
El conde no había viajado tan lejos porque adorara a aquellos monstruos presuntuosos entregados a la depravación, al terciopelo y a la sangre.
Estaba allí porque se estaba muriendo.
Una enfermedad desconocida, de feroz virulencia, le estaba destrozando y ni la ciencia, ni la magia, ni el saber oculto habían revelado una cura, ni tan siquiera una remota esperanza.
Luther von Lensdhenn jamás confió a nadie como había obtenido la información, pero no le cabía duda de que entre los inecrios habitaba un extraño a su raza, un consejero, alguien que podría tener respuestas.

La puerta de bronce de doble hoja situada al fondo del gran salón se abrió con un chirrido, girando sobre sus poderosos batientes.
Una figura avanzó hacia el conde Luther con pasos lentos y felinos.
Interrumpido en su reflexión, el noble alzó la vista para examinar al recién llegado.
Se trataba de un elfo, sin duda, pero no uno de aquellos flacuchos silvanos de Hysnadria. Aquel elfo era más alto y de complexión atlética. Bajo una capa oscura, que ondeaba tras él como un espectro, vestía una armadura completa finamente repujada de color negro y rojo. Su poderoso rostro era casi azulado, duro y firme, de líneas rectas y severas como tallado en plata. Su gélida y torva expresión y el aura de peligro que le rodeaba ensombrecían la belleza natural de su raza. La nariz recta. La boca una línea. El pelo, blanco y quebradizo como el de un anciano, caído sobre sus hombros.
Los ojos del elfo eran dos filos de escarcha de color gris acero. Luther adivinó que cualquiera que fuera capaz de mantener aquella mirada solo vería su propia muerte reflejada en ella.

Pero Luther von Lensdhenn no era hombre fácil de intimidar y la muerte solo era para él una segunda sombra. Trabajosamente, apoyándose en su bastón, el noble se puso en pie y miró al elfo a los ojos. Este le dedicó una leve inclinación de cabeza.

-Mi lord –dijo- Sígame. El señor Nassden le está esperando.






“-Maestro, ¿Qué es aquello que cuanto más vacío está más pesa?
-El corazón mortal, hijo mío. Siempre el corazón mortal. “
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